UN
SALTO
AL
ABISMO
DE
LOS SENTIDOS
|
El expresionismo, oscuro y grandioso oponente de la cultura del buen gusto, dejó una huella profunda en la obra de Ernst Saemisch. Jorge Juan Crespo de la Serna afirma: “Son pinturas de mucha vehemencia y significación. Indudablemente su manera es típicamente expresionista por el ímpetu con que su soltura extraordinaria recrea ambientes nuestros y de su tierra lejana... Sus formas tienen un carácter dionisiaco...”
Desde muy joven descubre su afinidad con el expresionismo. En él, los artistas se concebían a sí mismos al servicio de un asunto sagrado. Vivían su función creadora como una indagación de los movimientos más profundos de la existencia y de su significado fundamental, descubriéndose a sí mismos como parte del cosmos. “Debido a su sensibilidad cósmica -dice el célebre escritor expresionista Edschmidt-, no se preocupan por vivir su vida, la atraviesan; no reflexionan sobre sí mismos, sino que se viven a sí mismos...sólo la fuerza de su sentimiento los guía y los dirige”.
Este ascetismo, a la vez voluptuoso, lo compartió Saemisch. La búsqueda de la prioridad del alma y el sentimiento sobre la fría racionalidad, lo impulsó a penetrar la verdad más allá de la apariencia. Anhelaba llegar a la visión interior para descubrir el sentido profundo de la realidad; penetrarla hasta su núcleo y desde allí hacerla estallar.
Poseído por el aliento metafísico que preconizaban los expresionistas, penetró con su espíritu en forma total la experiencia de la naturaleza (o de la ciudad), y los paisajes se convirtieron en naturaleza quintaesenciada que absorbe todo -incluido el hombre y sus contradicciones- en su despliegue cósmico.
Al venir a México (1963-1984) la nueva naturaleza, la nueva luz, la nueva mentalidad, lo sacuden hasta sus estratos más hondos. El encuentro con el antiguo mundo prehispánico intensifica su experiencia. Su pintura se vuelve más libre, de colores más resonantes, contrastes más violentos y una vitalidad desbordante, abierta al misterio y a la magia.
Ernst Saemisch sufrió los terrores de las dos Guerras y el nazismo. Este dolor está presente, como trasfondo, en su obra. Pero al entregarse al conocimiento de las estructuras profundas del ser, a la búsqueda ontológica que fue su pintura, este dolor es superado por la potencia de la vida. Frente a la vocación de muerte sustentada por las oscuras fuerzas de la destrucción Saemisch invoca la vida y su misterio. Es el misterio de la serpiente que vigila mientras el hombre duerme.
Ella lo guía en el encuentro con los oráculos de esta “conmovedora tierra mexicana”. En las profundas transformaciones que esta tierra le exigía, lo sostiene la sabiduría prehispánica mientras, sin protección alguna, se entrega al reto de “buscar nuevos ritmos en la música de la locura, elevarse sobre sí mismo, traspasarse, quién sabe hacia dónde”.
Esta renovación y transformación constantes que asumió Saemisch y que lo mantuvieron alejado de dogmas, se alimentaban de su pasión por la vida. Por ello Jorge Juanes afirma que para Saemisch “todo arraigo es precario e incierto. Aun así quiere, celebra. Esta es la auténtica decisión. Una y otra vez, siempre, afirmar la vida…una y otra vez, siempre…afirmarla frente a la vocación de muerte propagada por las fuerzas de la destrucción”.
Así, la creación artística se convierte en creación de vida, y en el acto demiúrgico de enfrentar la realidad, Saemisch nos convoca a revivir los ideales más puros del expresionismo y a creer en el hombre nuevo.
Como dice David Huerta, “Al ver estas obras, resulta inevitable percibir en ellas un sentimiento de seguridad en el futuro, en la fuerza creadora; una lección de esperanza en los poderes del arte”.
PAGINA PRINCIPAL | REGRESO A EXPOSICIÓN |