Ernst Saemisch nació en la Alemania Central –Moers–
en 1902. Su niñez transcurrió en Friburgo, ciudad sureña,
punto de convergencia de Alemania, Francia y Suiza. Vivía con sus
padres en una villa cuyos jardines se perdían en la Selva Negra.
Ahí nació esa estrecha relación con la naturaleza
que lo acompañó durante toda su vida, nutrió su quehacer
artístico y sus concepciones sobre el arte.
El hogar paterno le proporcionó también el
anclaje natural en la tradición europea. Descendientes de los Ranke
y los Brentano, los padres llevaban una vida cotidiana que se desenvolvía
en una atmósfera de espiritualidad, avivada por intensos debates
sostenidos con prominentes filósofos y artistas que frecuentaban
la casa. Su padre, Moritz Saemisch, hijo de Theodor Saemisch, fundador
de la oftalmología moderna, fue Ministro de Hacienda durante la
República de Weimar. Su madre, quien pintaba con fácil inocencia,
lo inició en el gusto por la creación artística.
PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Un día se quebró el idilio familiar: la Primera
Guerra Mundial había estallado. Su padre lo llevó a repartir
medicinas en los improvisados hospitales de campaña. Ernst siempre
le agradeció esta temprana y cruel experiencia, con la convicción
de que la capacidad creativa debe templarse en la confrontación
con la realidad.
En la Navidad de 1915 muere su madre. Ingresa, como interno,
a una escuela internacional en Suoz, Suiza, país neutral durante
la guerra. En ese ambiente de amplitud y libertad, mitiga el dolor de la
orfandad el encuentro cálido con el gran Einstein, con quien solía
hacer largos paseos en esquí y se aviva el recuerdo de su tierna
amistad con Haber y Nernst (Premios Nobel de Física); todos ellos
dejarían su huella en la obra pictórica de Saemisch.
La visita a una gran exposición de pintura francesa
en Zurich, le causa un profundo impacto. Descubre "el gusto por la vida
y la alegría desbocada de los impresionistas, pero también
la sobriedad de los cubistas". Logra "presentir la magia encendida del
azul, el rojo y el amarillo, ...esa fuerza capturada en el misterio de
lo indecible".
De regreso a Alemania (1919), la encuentra marcada por cuatro
años de guerra y derrota. Toda la estructura social y espiritual
había sido sacudida desde sus cimientos y se hacía presente
una realidad de miseria y muerte. Se inicia como escritor, publicando artículos
y ensayos sobre cultura y política. Y pinta y hace grabados. De
entonces se conserva su primer grabado en madera, inspirado en la oposición
al caos y decadencia reinantes.
En el expresionismo, oscuro y grandioso oponente de la cultura
del buen gusto, encontró Saemisch una forma de expresión
afín y aunque paulatinamente se va separando de él, la obra
de toda su vida conservaría la impronta de este movimiento que implicaba
una renovación no sólo de lo estético sino de todos
los campos de lo humano. Propugnaba una forma de creación desde
el interior del hombre: el artista se concebía a sí mismo
al servicio de un asunto sagrado. Así, su pasión por los
contrastes, su rechazo a lo difuso, la prioridad del alma y del sentimiento
sobre la fría racionalidad, el aliento metafísico y su impulso
libertario, constituyeron un fundamento del movimiento expresionista. Esta
concepción del arte y la actitud vital que la respaldaba, la asumió
Ernst entonces y para siempre.
Ernst se había decidido por la pintura como profesión.
Ingresa a la Academia de Arte de Kassel, donde pronto lo defrauda el rígido
academicismo. Al dar a conocer su postura crítica en la prensa,
es expulsado de la Academia bajo amenaza de empleo de la fuerza pública.
En esta escuela, empero, tiene un encuentro de importantes consecuencias
para su quehacer artístico: el arte chino. Él mismo relata:
"... Aprendí a sentir la totalidad –siempre amenazada– en que se
sustenta la gran cultura china; a conocer su arte, especialmente la pintura
a tinta, tan espiritual, a veces de un delicado lirismo; aprendí
a distinguir la maravillosa sensibilidad de la línea que somete
la fuerza del vacío". Desde entonces, en las diversas etapas de
su quehacer artístico, irá profundizando su vínculo
oriental, concretado en el empleo preferencial del pincel, la tinta y el
papel japonés.
Habiendo salido de la Academia, el camino que ahora se le
abre es hacia la recién fundada Bauhaus, en Weimar. Aquí
encuentra Ernst el clima espiritual y humano preciso para fortalecer la
búsqueda en la que se halla comprometido; aquí puede iniciar
la conquista de ese amplio espacio que se abre entre la pintura de la figuración
y la pintura abstracta. En la convivencia íntima con Feininger y
sobre todo con Paul Klee, fortalecido en sus ideales por Gropius, conducido
con una didáctica magistral por Itten y resguardado por el espíritu
comunitario de signo medieval que reinaba en la Bauhaus, puede iniciar
ese paso a la libertad interior que lo llevaría más adelante
al encuentro de su propio estilo.
En una súbita visita a Hamburgo lo seduce la amplitud
del mar y se embarca como marinero en uno de los últimos barcos
mercantes a vela. De Escandinavia a Africa es el recorrido. Ernst lo hace
acompañado de su inseparable paleta y las obras de Shakespeare.
"Es ésta una época maravillosa y única, en cuyo marco
me fui formando como pintor".
De regreso a Berlín –pasados unos años– empieza
a exponer exitosamente sus trabajos y se sumerge en la floreciente vida
cultural de entonces. En los museos descubre a los artistas italianos del
Renacimiento temprano: Cimabue, Ducio, Giotto, e intuye la gran transformación
que impusieron.
Impulsado por la inquietud reinante, sale frecuentemente
a recorrer mundo, ejercitándose como periodista: Europa, Unión
Soviética, Africa del Norte.... Resulta difícil elegir entre
las miles de anécdotas con que bordaba sus vivaces relatos: Lenin
de cerca, en Viena, impresionante; cautivadora la ternura de Gorki; sutil
la poesía de los pescadores portugueses con lo que aprendió
a bailar la tarantela; maravillosa la percepción de otra dimensión
del tiempo, observando los escarabajos en la arena del desierto, integrando
a un grupo de beduinos a los que lo liga un profundo respeto...
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Su visión del mundo y su estilo se van conformando.
Nada más ajeno a éstos que el irracionalismo y el nacionalismo
en que se apoyaron los nazis para fortalecerse. A la incitación
a hurtarse de las graves dificultades sociales, Ernst opone su lucidez
y su pasión por el análisis de la realidad: "El horror y
la vergüenza me hacen titubear para correr la cortina que oscurece
aquellos terribles tiempos del 33 al 45". Debido a la crisis económica
que dificulta exponer y publicar, opta por un trabajo fijo en la agencia
noticiosa de Alemania (Wolfs Telegraphen Büro, más tarde Deutsche
Presse Agentur), donde pronto ocupa el cargo de director de la Sección
Extranjera. Desde aquí vive con dolor el deterioro de la vida intelectual
y artística de Alemania. Su espacio vital se constriñe cada
vez más. Luego viene la amenaza velada de prohibición de
pintar. Finalmente la situación es insostenible. Con la intervención
de amigos en el extranjero, se hace posible su traslado a Finlandia.
El año de 1945 trae un giro a su vida, "esta vez maravilloso
hacia la libertad, en el arte y como hombre", que suaviza la huella imborrable
de los terribles años: inesperadamente empiezan a verse en Alemania
las últimas producciones de Braque, Matisse, Picasso. Las autoridades
de la ocupación francesa invitan a un grupo de pintores alemanes,
entre los que se encuentra Saemisch, a dos recorridos por Francia, el último
de los cuales conduce él mismo. A pesar de las tremendas presiones
económicas, que lo llevan a cultivar tabaco en la casa paterna para
subsistir, pinta, incansablemente, infinitas variaciones sobre un mismo
motivo; se ha decantado su estilo.
Por entonces realiza exposiciones en Friburgo, Zurich, Munich
y cambia finalmente su lugar de residencia a Sommerhausen, un pueblo a
orillas del Meno, donde pinta cuadros de gran belleza. Más allá
de la problemática de la figuración se entrega a la búsqueda
de la estructura interna del cuadro. Faire la musique devant la nature,
es el leitmotiv que conduce la inspiración que provoca este
paisaje, leitmotiv que ha derivado del lema de Cézanne "faire
l'ordre devant la nature", pintor en el que encuentra a su más
íntimo acompañante.
En invierno vive en una torrecilla de los medievales muros
de la ciudad. Frente a su ventana transcurre el paisaje geométrico
de los techados y Ernst arranca a esta melodía de suma abstracción
una gran fuerza expresiva. A veces interrumpe su estancia aquí con
largas excursiones a los severos cantos rocosos de los Alpes austriacos,
haciendo recreaciones de una fina abstracción, con las estructuras
descubiertas en las rocas. "Siento el impulso de llegar hasta el orden
íntimo de las cosas; un orden anterior a toda estética; un
orden relacionado con la genealogía del hombre."
Atraído por la intensa vida cultural de la ciudad
de Munich y la presencia de importantes viejos amigos, fija su residencia
en esa ciudad. Expone en la galería Günter Francke; sostiene
relaciones con la Sociedad de Amigos del Arte Moderno, que dirige Franz
Roh. Después de la resonancia que despierta el ensayo de Ernst sobre
el libro La mortalidad de las musas, de Weidlé, recibe múltiples
invitaciones a escribir en revistas y periódicos, y para la radio.
Simultáneamente asume la dirección del recién fundado
teatro "Uraufführungsbühne". Y escribe sobre arte.
Una de sus visitas a museos le procura la experiencia que
prepara un gran viraje en su vida: es la exposición en Munich de
Arte Precolombino, que lo "cautiva por la intensa espiritualidad con que
es transfigurada la existencia humana y puesta en una conexión cósmica".
MEXICO
En 1963, después de un grave infarto, contrae matrimonio
con Gertrudis Zenzes, mexicana de origen alemán, y se traslada a
la "conmovedora tierra de México". Aquí, "en el encuentro
con sus misterios", lleva una existencia de retiro, dedicado a la meditación
y a la pintura. Radica en Valle de Bravo, Estado de México, donde
construye su casa. En la muy personal arquitectura de esa casa jugó
Ernesto con soluciones atrevidas, pero logrando un ambiente de calidez
y armonía. Y sin proponérselo juega también con el
tiempo: la Selva Negra de su niñez reaparece en los trazos geométricos
de audaz cadencia con que ayunta techos y ventanas. En esta casa crece
su hijo Canek. Por él alberga un gran amor, una profunda devoción
y respeto, y un deseo de no interferir en su natural despliegue. En su
hijo se juntan los dos cauces de su raigambre al mundo: Alemania y México.
En esa casa hallan resguardo asimismo los miles de libros
que acompañan a Ernst, algunos salvados de los estragos de la guerra.
Ferviente lector, en la variada riqueza de su biblioteca se manifesta su
libertad de espíritu: Homero, Virgilio, Dante, Shakesperare, Cervantes,
Goethe y Tolstoi lo acompañan siempre. A los autores más
recientes se entrega con la misma frescura de adolescente con que hace
amistades nuevas. La poesía y la música son veneros diarios
de inspiración. Su colección discográfica se abre
a todas las épocas y los espacios; pero a Palestrina, Du Fay y Monteverdi,
Bach, Mozart y Schubert los escucha una y otra vez. En los últimos
años de su vida, más que antes, es la ciencia una lectura
fundamental: "su maravilloso devenir no ha destruido espacios de conocimiento
sino que con profunda inteligencia los ha integrado, lo que me conmueve
y me da confianza para crear."
Alternadamente trabaja de manera incansable, en Valle de
Bravo o en la Ciudad de México, en los cerros de Contreras. A cada
obra terminada preceden cientos de bocetos con los que se va adueñando
de la temática. Son el pastel y la tinta los materiales mas afines
a su temperamento y espíritu. Con ambas técnicas realiza
obras de variada gama.
En las soledades de la Tierra Caliente, con su "fuerza ardiente
sometida a formas", se enfrenta al silencio de las ondulaciones montañosas
abandonado al poder del sol, únicamente con su caja de tinas y acuarelas.
Otras veces, un ruido conciso y seco lo saca de su ensimismamiento.
Ya no hay sobresalto pues se la ha vuelto familiar: es la serpiente que
sigue de largo... Desde entonces –durante años– lo persigue la imagen
de la serpiente erguida. En múltiples bocetos va prefigurando la
serie de cuadros (pasteles, carbones, tintas y óleos de los años
66-70), variaciones sobre el tema: El Hombre y la Serpiente, donde
el hombre duerme y la serpiente vigila. Son cuadros con hondas implicaciones
metafísicas alimentados por su devoción a la concepción
del mundo prehispánico.
En la serie La Pesca Maravillosa hay un bello tránsito
de representaciones del acto de la pesca, con claras referencias figurativas
–pescadores tensando redes– hasta la pesca maravillosa propiamente, en
la que múltiples pequeñas formas geométricas constituyen
una alusión celeste.
La serie Rejas (1980-1981), realizada al pastel, refleja
un explosivo dramatismo. Esta serie tiene su antecedente en los vitrales
góticos, que lo impresionaron desde joven: "Los colores –mi elemento
vital– atrapados en los cristales de rígida estructura, tienen una
vida tan inmensamente rica que pueden soportar y hasta superar las estructuras
aprisionantes, inmisericordes del espíritu... Las líneas
negras, portadoras del ritmo del acontecer pictórico exaltan la
intensidad de los colores que emergen detrás o entre las rejas (igual
que en el arte gótico)... No son prisioneros tras ellas... Las rejas
son como un volver transparente la vida espiritual del mundo, como traspasar
lo otro, lo diferente, lo ajeno".
A partir de 1982 Ernst radica nuevamente en la ciudad de
México. Está muy enfermo pero su intensidad espiritual y
su jovialidad no se han quebrantado. El pintor Alfredo León, su
amigo más cercano, le propone una muestra retrospectiva en la colonia
Morelos, en el barrio de Tepito, donde da clases de pintura. Esta exposición,
realizada en este barrio popular, le significa "salir del estrecho círculo
elitista del arte ... y tal vez –es el inicio de la primavera– el comienzo
de otra fase de mi larga vida". Un viaje imprevisto del maestro Alfredo
León impulsa a Ernst a hacerse cargo de la enseñanza en el
grupo. Asume como cometido fundamental de su tarea despertar la confianza
en la libertad de crear, con sus dos momentos "el de felicidad y el de
sufrimiento", por implicar un compromiso sin límites. La enfermedad
avanza. Son los últimos meses de vida. Con gran cariño, con
verdadera ilusión hace acopio de energía para desplazarse
semana tras semana hasta Tepito: "Trabajar como viejo entre estos jóvenes
es un gran regalo de la vida, por el que estoy muy agradecido..."
Por momentos, empero, se adueña de su mirada la melancolía
y de su rostro una expresión cargada del dolor del saber. Goethe
se le ha vuelto lectura imprescindible. Parece que se hermanara con él
en la ética del silencio, cuando penetra con el poeta alemán
la zona inefable del conocimiento. Un apunte, que significativamente deja
tachado, dice: " Pero hay otra tristeza: por el dolor del mundo, la obscuridad
y la muerte. De ella no pueden, no deben hablar, más que los poetas
sublimes."
Ernst trabaja sobre sus últimas pinturas. Busca el
camino de la más profunda libertad: pinta con óleo y acrílico.
Ya no cuentan los matices: "Se me impuso con tanta vehemencia la necesidad
de plasmar el 'suceso' del blanco que devora al blanco frente al rojo como
testigo (único capaz de presenciar acontecimiento tan profundo),
que con soltura pude dejar toda la superficie derecha del lienzo en un
indefinido transcurrir... Los aconteceres en el cuadro, un tanto inhóspitos,
conjugan –me parece– con nuestra época..."
Su trabajo se ve interrumpido por una gran crisis de salud
que lo lleva al hospital. A su regreso, otra vez toma el pincel. Se han
roto límites. Logra lienzos inconclusos de una serena belleza que
apuntan a una armonía en la que el movimiento, paradójicamente,
deja de serlo. En el inicio de este nuevo recorrido cósmico lo interrumpe
la muerte.